El Cuerpo del Chocolate
El cuerpo y el chocolate se encontraron desde hace mucho, vagando por las aguas de la laguna estigia, y en su relación crearon habito, simbiosis; luego adicción y ensueño después.
Metida en carne, extática y silenciosa, está la semilla. A veces en la punta de lengua, en el extremo de la pronunciación. La semilla se hizo cuerpo al extender sus ramas, un cuerpo en reposo en espera de acción; se transforma y se reencuentra cada vez que se imagina imaginando imágenes de futura memoria; se revienta el cascarón y se enraíza hasta las rodillas, expandiendo su sabor de carne, café grana vainilla. Según el elemento se antoja bebida o alimento. Chocolate democrático se toma con los dioses o con los monjes, con los niños o los viejos; con bolillo, Concha o Remedios, con el parto o el muerto; con maíz, chile o axiote, quizá con epazote. El misterio de su esencia se revela entre colores y sabores, y es que sí que es nutrimento, me despierta de contento: antidepresivos no quiero pues afrodisiaco me encuentro para cubrirse con él, no sólo como alimento, también como vestido, juguete, afecto y efecto de placer. Presenciar el origen de tanto en un universo oblongo que bien cabe entre dos manos suplicantes: claustro que gravita sobre el calor de animal dormido que la fértil tierra tiene. Terremoto sensorio que en el tiempo interpreta la mirada del niño qué mastica contento y escuchando lo inaudito, historias de perros amarrados con longaniza, cuanti más las historias del dinero que se daba en cacaoteros. Alquimia pura, resultado de la mezcla de nuevas sensaciones y antiguos recuerdos, que de vez en vez, hasta nos enchincha el cuero. Roberto Campos Hernández, Emilio Converso Menasse, Alejandro Gómez Suárez, Ignacio Granados Valdéz, Mirna Manrique Herrera, Laura Martínez, David Nava Suárez, Sylvia Nancy Ojeda, Dulce María Ortiz Astorga y César Sandoval Santiago. |